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PEQUEÑAS COSAS, QUE HACEN GRANDES PERSONAS


gorrion

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Depende del color del cielo uno se lebanta cabreado, triste, alegre,, tontorron u otros sntimientos que nos invaden segun las circunstancias,, esta mañana lo primero que hice fue ir a mirar si habia noticis de Traguin, y me alegro un monton ver que dentro de la gravedad mi amigo sigue comiendo, pero por sobre todo me alegro por un chavalin de 8 años que esta recibiendo una buena leccion de determinados valores y predicados con el ejemplo , que no olvidara en su vida

Puse al terminar un pequeño comentario solo a efectos de pretender sarle un poquito mas de calor ( ciberneticamente hablando ) y temino diciendo que

PEQUEÑAS COSAS..QUE HACEN GRANDES A LAS PERSONAS

Y me acorde de esta historia del Sr Muro que con pequeñas cosas hacia grandes cosas tambien.

Lo que pasa es como digo al principio,, hoy me lebante un poco tontorron...

"Durante los duros años de la Revolución, en un pueblo pequeño de Aguascalientes, México, solí­a parar en el almacén del señor Muro para comprar productos frescos.

La comida y el dinero escaseaban y se recurrí­a mucho al trueque.

Un dí­a en particular, el señor Muro estaba empaquetándome unas papas. De repente, me fijé en un niño pequeño, de cuerpo delicado, con la ropa roí­da pero limpia, que miraba atentamente un cajón con unas peras preciosas.

Pagué mis papas, pero también me sentí­ atraí­do por el aspecto de las peras, ¡me encanta el dulce de pera y las peras frescas! Admirando la fruta, no pude evitar oí­r la conversación entre el señor Muro y el niño:

- Hola Toño, ¿cómo estás hoy?

- Hola señor Muro, estoy bien, gracias... Sólo admiraba las peras, se ven muy lindas.

- Sí­, son muy buenas. ¿Cómo está tu mamá?

- Bien, cada vez más fuerte.

- Me alegro mucho. ¿Hay algo en que pueda ayudarte?

- No, señor, sólo admiraba las peras.

- ¿Te gustarí­a llevarte algunas a casa?

- No, señor. No tengo con qué pagarlas.

- Bueno, ¿qué tienes para cambiar por ellas?

- Lo único que tengo es esto: mi canica más valiosa.

- ¿De veras? ¿Puedo verla?

- Acá está, ¡es una joya!

- Ya lo veo. El único problema es que es azul, y a mí­ me gustan más las rojas, ¿tienes alguna como ésta, pero roja, en casa?

- Creo que sí­.

- Entonces, hagamos una cosa: llévate esta bolsa de peras a casa y la próxima vez que vengas me enseñas la canica roja.

- ¡Claro que sí­! ¡Gracias, señor Muro!

La esposa del señor Muro, la señora Carmelita, se acercó a atenderme y con una sonrisa me dijo: "Hay dos niños más como él en nuestra comunidad, en situación muy pobre. A Salvador le encanta trocar las canicas por peras, manzanas, tomates... Cuando regresan con las canicas rojas -y siempre lo hacen- él decide que en realidad no le gusta tanto el color rojo y los manda a casa con otra bolsa de mercaderí­a y la promesa de traer una canica naranja o verde tal vez".

Me fui del negocio sonriendo e impresionado por ese hombre.

Tiempo después me mudé a Guadalajara, pero nunca me olvidé del señor Muro y de sus trueques con los niños.

Muchos años pasaron, cada uno más veloz que el anterior, hasta que recientemente tuve la oportunidad de visitar a unos amigos en aquel pueblecito de Aguascalientes. Mientras estuve allí­, me enteré de que el señor Muro habí­a muerto. Mis amigos acudirí­an al velatorio, así­ que acepté acompañarlos.

Al llegar a la funeraria nos pusimos en fila para conocer a los parientes del fallecido y ofrecer nuestro pésame. En la fila, delente de nosotros, habí­a tres hombres jóvenes y bien plantados: uno llevaba un uniforme militar y los otros dos, unos elegantes trajes oscuros con camisas blancas.

Se acercaron a la señora Carmelita, que se encontraba al lado de su difunto esposo, tranquila y sonriendo. Cada uno de los hombres la abrazó, la besó, conversó brevemente con ella y se acercó al ataúd. Los ojos llorosos de la señora Carmelita los suiguieron uno por uno, mientras tocaban con su cálida mano la mano frí­a dentro del ataúd. Los tres se retiraron enjugándose las lágrimas.

Ahora que Salvador no podí­a cambiar de parecer sobre el color de las canicas, vinieron a pagar su deuda. "Nunca hemos tenido riqueza", me confió la señora Carmelita, "pero ahora Salvador se considerarí­a el hombre más rico del mundo".

Con gran ternura levantó los dedos sin vida de su esposo. Debajo de ellos habí­a tres canicas rojas exquisitamente brillantes".

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Gracias por el interés que demuestras por traguí­n y gracias por esta historia.

SAGAN.

Creo que las gracias te las doy yo ati por el sentimiento tan noble que tienes y con el ejemplo que le estas dando a tu hijo y a todos nosotros, ( los que lo quieran ver )

Posiblemente la vida de un pichon de pajaro tenga poca importancia en este mundo tan acelerado y lleno de intereses economicos, pero sigo en mi convencimiento que estos actos demuestran la nobleza de las personas..

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Joan, creo que ni más ni menos el que teneis todos vosotros, el verano del 2008, si nada lo impide, iré por mi segunda tierra que es Menorca, espero que cuando lo haga, pueda conocerte, porque seguro que será otra de las maravillas de esa isla.

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