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  • LA BORIA

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    The DaRk MaN
    • El día no estaba para salir, la boria, esa niebla espesa que se asienta sobre el mar cada verano, inesperadamente hizo acto de presencia. Por otra parte el agua estaba plana, impecable. Llevaba varias semanas sin poder sacar el barco y mi deseo de disfrutar una jornada de pesca fue mas fuerte.

      Tomé la decisión y en unos minutos dejaba atrás la bocana del puerto.

    Relato del compañero del foro Patronmenchu, perteneciente al Concurso de relatos Pescamediterraneo2.com de 2011 (Ganador)

    Contar un relato de pesca se hace difícil, han sido tantas las experiencias vividas que se agolpan dificultando la elección. Todas ellas conforman una única historia personal, escrita en mi memoria a lo largo de muchos años y, como todas las historias, la mía tuvo un comienzo.

    BORIA

    El día no estaba para salir, la boria, esa niebla espesa que se asienta sobre el mar cada verano, inesperadamente hizo acto de presencia. Por otra parte el agua estaba plana, impecable. Llevaba varias semanas sin poder sacar el barco y mi deseo de disfrutar una jornada de pesca fue mas fuerte.

    Tomé la decisión y en unos minutos dejaba atrás la bocana del puerto.

    Mantuve el rumbo hacia el s-w sin tener definido el punto de fondeo. Curricanear los bonitos se descartaba como opción. Sin embargo, los dentones estaban abundantes. La escasa visibilidad incidía en una navegación lenta, excesivamente lenta.

    Envuelto en la niebla, mis pensamientos dieron paso a los recuerdos. A un día del verano del 72 que la boria cubría la costa de forma muy similar y los acantilados del Cantal eran imperceptibles.

    Recuerdo dejar atrás, entre jirones de neblina, las últimas casas de La Cala siguiendo el trazado de la antigua vía hasta pasar el primer túnel. Antes de llegar al segundo, bordeé el recodo rocoso para descender por una escarpada cornisa, horadada por siglos de oleaje. El olor a mar se intensificaba por momentos, la subida de la marea hacía rato que había comenzado. Serpenteando por la ladera llegué a la Cueva de los Novios, donde monté caña y carrete, dejándome caer hacia la percebera, una laja plana que, en la bajamar, sobresalía del agua cubierta de verdín y mejillones.

    Era la primera vez que lo hacía solo, en ocasiones anteriores siempre acompañé al Lanchi, un pescador del pueblo de edad indefinible con el que trabé amistad en el rebalaje, yo intentando pescar al corcheo tras el rompeolas el, mas adentro, en la arena, reparando redes de copo.

    Seguramente constatando mi persistencia y nulos resultados, una mañana me espetó sin mover la mirada de la red:

    “shaval pa sacá argo quensirva tiés quir a los túnele”

    No hizo falta mas, en menos de lo que se cuenta ya estaba sentado junto al desconocido pescador. Mis preguntas se agolpaban, sus parcas respuestas se hacían esperar. En cuestión de días ya manejaba conceptos como marea, enjuague, terminal de línea, cebo fresco, plomo corrío, puntero fino, grosor del pelo y……tantas cosas.

    Sus comentarios hicieron que, poco a poco, entendiera la técnica de la pesca, el comportamiento de las distintas especies, el significado de “la raya” en el horizonte, esa línea lejana donde el azul del mar cambia de tono, la luna y sus mareas, el levante y el poniente. Enseñanzas tan antiguas como el hombre mismo, transmitidas a viva voz de generación a generación.

    Día a día, bien temprano, volvía al varadero. Como un ritual, saludaba al Lanchi y el hacía un leve gesto con la cabeza. Durante horas me esmeraba en aplicar lo aprendido, con el agua por las rodillas, sin salir a tierra hasta oír:

    “shabal asín ná de ná”

    Momento en el que sabía que la clase comenzaba. Me cambiaba el terminal, hizo que desistiera de los sobrecitos de anzuelos montados, enseñándome a empatillarlos yo mismo, primero simples, después dobles, con nudos e hilo de confianza. Mas tarde vinieron los nudos de emerillón, los tipos de perlitas, evaluar el peso del plomo adecuado, mientras menos mejor “el terminal hay que jundirlo no fondearlo” decía. Las carnadas, siempre con cebo fresco y muy bien presentado, usando metros y metros de hilo elástico.

    Una mañana me extrañó que el Lanchi estuviese de pié, junto a su chanca de madera, y no afanado con las redes. Por su postura intuí que me esperaba. Sin dejarme tiempo para el saludo habitual dijo “shaval hoy noz vamo por zargos”. Girándose sacó de la barca tres tramos de caña y una pequeña caja azul, metálica, de esas que sirven para guardar herramientas, poniéndose en marcha, descalzo, siguiendo el límite de la arena húmeda.

    En poco mas de media hora llegamos a los acantilados del Cantal adentrándonos en sus túneles. Bajamos para tantear sobre las rompientes, era una delicia verlo pescar y, mas aún, oír sus comentarios, escasos en número y en palabras. Las capturas, en su mayoría sargos, se sucedían hasta dar por finalizada la jornada con un “shabal ya eztá bien, argo sabrá que dehá pa mañana”

    Varias veces fuimos juntos, pero ese día de julio, a pesar de la densa niebla, decidí hacerlo en solitario, posiblemente algo del carácter del Lanchi había prendido en mí.

    Sobre la “percebera”, envuelto en un intenso olor a humedad, mar y algas, sentía el verdín bajo los pies. El agua batía y se retiraba viva dejando un rastro de espuma a la altura de los tobillos, la pleamar llegaría pronto. Las enseñanzas recibidas y acumuladas en un cierto desorden se ponían en práctica. Lanzaba una y otra vez, encarnando mejillón de la misma roca, hilando desde atrás, presentando la valva hacia delante, enjuagando de mientras.

    La picada llegó inesperada, como suelen llegar las cosas buenas.

    Fue franca y elástica, de esas que curvan el puntero con suavidad y contundencia, transmitiéndose a lo largo de la caña para proseguir por el brazo hasta la punta de los pies.

    Pese a sacar algo de línea, el combate no fue excesivo, recuerdo apretar un poco el freno y girar levantando a la derecha, para evitar la huida hacia la base rocosa, recobrando de forma pausada y continua. Resultó ser un gran sargo breado, la mayor pieza clavada en mi vida. Recogí y deshice el camino, ascendiendo hacia los túneles para proseguir de vuelta hacia la playa.

    El Lanchi se encontraba junto a la chanca plomeando un trasmallo, me situé a su lado y, sin mediar palabra, le enseñé la captura. Miró al inmenso sargo unos segundos y prosiguió su faena.

    “¿con meillones?”

    “Sí, con mejillones de la percebera”, le respondí.

    “¿Clavastes mas?

    “No, solo este. Algo habrá que dejar para mañana”

    “Bien esho shaval”.

    Y allí nos quedamos un buen rato sentados juntos en la arena, con la mirada descansando en “la raya”, estableciendo un mudo diálogo de sensaciones. Yo pleno de felicidad contenida, sintiendo aún el tirón de la picada, el Lanchi en su mundo, muy satisfecho, aunque eso lo supe con el paso del tiempo.

    Seremos muy distintos los aficionados a la pesca, en mar, río, orilla, embarcación, ……..y con muy diversas técnicas, pero todas nuestras historias, diferentes entre sí, coinciden en su principio. Todos tuvimos a alguien que nos transmitió los primeros conocimientos, un abuelo, un padre, un amigo. En mi caso fue el Lanchi, un pescador, al que conocí por azar en un varadero, el que me enseñó a entender la pesca, respetar el mar y, sin duda, algo de la vida.

    A todos ellos va dedicado este relato.

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