El palometón
Este no es mío ¡Eeeh! Es uno de los muchos que lleva el fiera de mi vecino de pantalán.
Miré el reloj: Eran las 6 de la tarde y la mar del sábado, después de les chubascos del mediodía, se había quedado bastante calmada. Navegaba yo solo, en mi pequeño Cap Camarat de 7,25 metros. Había colocado dos cañas al curricán con una caballa en cada una, pescadas al “jigging” con una traca de plumas blancas que me parecíeron demasiado grandes, unos 30 centímetros, pero las monté porque no tenía otras.
Estaba probando un, para mí, nuevo accesorio – pesca viva – consistente en un cono de plomo montado en una pequeña base de plástico rojo con dos pinchos, que se monta con facilidad bajo la cabeza del cebo impidiéndole girar sobre si mismo al ser arrastrado en la estela y que ofrece una natación muy natural.
Patrullaba en la isobata de los 5 metros, por la playa aún casi desierta de mediados de mayo, buscando palometones sin mucha fe. Las gaviotas pardelas chillaban muy excitadas por doquier, persiguiendo las abundantes sardinillas. Como no tenía ninguna confianza en las caballas, puse una tercera caña con un “raglou”, bastante larga, por tentar una lubína o una bacoreta cuanto menos.
De repente –“RAS, RAS”- Me giro a observar la caña cuyo carrete está cantando tan violentamente, un Penn pequeñito de 30 libras cargado con línea de color verde fosforescente del mismo libraje, y observo decepcionado que la línea sale ahora de forma continua sin interrupciones – “RASSSSSS” - ¡Está enrocada! Paro el motor, pero continúa saliendo -“RASSSSSS”- En efecto aún llevamos algo de arrancada. Dudo, aprieto el freno con cuidado y vuelvo aponer en marcha el motor, la línea viene tras el barco ¡No está enrocada!
La evidencia aún no me ha calado completamente pero con disciplina recojo primero las otras dos cañas una tras otra. Con la cubierta despejada, retiro la caña del cañero y empiezo a recoger línea, traigo algo que en un principio me parece inerte y solo un poco más pesado que el mismo cebo. Aún dudo de tener algo al otro lado de la línea, pero sigo recogiendo con atención - “RASS, RASS, RASSSS” - ¡Joder! ¡Que bestia! Pensaba excitadísimo mientras aguantaba la caña con ambas manos. Tenía que ser un palometón muy grande, o una lecha. ¡Arriba! Gira manivela, gira, gira “RASS” Gira, gira “RASSSSSS” ¡Hijoputa! Se me ha metido bajo el barco, me va a cortar con la quilla, con dificultad meto la puntera en el agua y logro cambiar de banda por la proa. Tras mucho batallar y renegar, por fin veo que llega el “leader”. Dejo la caña en el cañero y jalo a mano de los últimos metros de línea tratando de atisbar entre las turbias aguas de primavera.
De pronto el “toro” que está al otro lado del hilo, decide que ya está bien de cooperar y me arranca dolorosamente la fina línea de las manos desnudas. Nerviosísimo, dejo la caña y voy al camarote a buscar el par de guantes que llevo, muertos de risa, para ocasiones como la actual. Con los guantes puestos voy acercando a la “bestia” con muchas dificultades, cuidando que no rompa la 30 libras. No recordaba haber sentido nunca tanta fuerza al otro lado.
Finalmente lo veo ¡”Joooder”! Es enorme, ¡Enorme!. He olvidado coger el gancho. ¡Al camarote! ¿Dónde está? ¡Aquí ya lo veo, leches, se engancha en otra caña, que nervios! – RASS, RASS – Oigo en cubierta impacientarse el monstruo. Recojo otra vez con cuidado. ¡Ya lo veo! Es un palometón como un hombre de grande. Está cansado, logro acercarlo a la banda y por fin, me muestra el costado ¡Joder es enorme! Tengo la línea en la izquierda y alargo la derecha para coger el gancho, cavilando febrilmente como cojones iba a pasarlo por la borda sin que se soltara.
De pronto ¡Algo va mal! Levanto la línea sin tensión ¿Qué ha pasado? ¡Esta suelto! ¡Pero si sigue ahí a 1 metro de mi mano! Se ha equilibrado y se mueve despacio hacia delante y hacia el fondo ¡Valla cabezón que tiene! Por un instante de locura se me ocurre precipitarme a ganchearle como sea, saltar tras el y asirle de la cola. Siento nauseas, taquicardia, estoy hiperventilando.
Allí me quedé como un tonto, un poco mareado, durante unos segundos que no olvidaré fácilmente, le observé partir despacio pero ileso. ¿Sin foto, quién creerá mi aventura? Pasé de la excitación a la depresión. Me daban ganas de llorar ¡Mierda!.
Embragué de nuevo el motor y me dirigí tristemente hacia puerto. El cabrón había podido conmigo. Estuve divagando imágenes sobre que lo había embarcado y que me lo llevaba a puerto y le pedía a mi hijo adolescente que viniera a fotografiarme y que todos admiraban mi enorme palometón ¿Merecería un record?...Luego empecé a pensar que hacer con el cadaver, de llevarlo a casa ni hablar. Nos gusta el pescado pero no comemos palometón ¿Qué conocido podría querer un palometón? Me ví tirándolo a la basura y la imagen me resulto intolerable ¡Un animal tan bello!. Lo ideal hubiera sido fotografiarlo y devolverlo. Imposible yo solo, y matarlo solo por presumir excede lo que mi actual sensibilidad responsable puede soportar.
Empecé a pensar que quizá había sucedido lo mejor para ambos: Él salvo la vida y yo viví casi toda la emoción…sin sangre y sin cadáveres. ¿La zorra y las uvas?... ¡Quién me ha visto y quien me ve!.
FIN. Mayo 2008.
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